miércoles, 24 de octubre de 2012

La pequeña Evangelista



La pequeña Evangelista
La Cabaña del Tío Tom, un libro con claro mensaje cristiano, que narra con realismo la etapa de la esclavitud en los Estados Unidos. Una muestra del contundente poder de la literatura y el Evangelio. Su publicación fue determinante para generar conciencia abolicionista y abrir los ojos de quienes se negaban a aceptar a la población negra como seres humanos.
Dentro de la literatura universal, en aquellas obras de gran impacto global, existen un sinfín de creaciones inspiradas en la Biblia, destinadas a la tarea de evangelización y conversión de las almas perdidas. Una de ellas es la Cabaña del Tío Tom, escrita por la estadounidense Harriet Beecher Stowe, hija de un pastor metodista, quien fue una de las más ilustres escritoras y abolicionistas de todos los tiempos. Este trascendental libro, publicado en 1851, está marcado por ser el preámbulo de uno de los conflictos más significativos en la historia de los Estados Unidos: la guerra civil norteamericana que dividió el norte y sur de unos de los países más poderosos e influyentes del mundo entero.

La esclavitud en esa época era un tema polémico y fue, sin duda, uno de los principales motivos para la explosión de la Guerra de Secesión. Al respecto, Beecher Stowe, a través de su espléndida narrativa, nos transporta a un mundo desconocido y nos relata los temas más secretos y más profundamente ocultos de la esclavitud, que nunca antes habían salido a la luz en pleno siglo XIX, y que diez años después de la aparición de su obra derivó en el enfrentamiento entre las fuerzas de los Confederados y los de la Unión para deliberar la emancipación de los esclavos. Como una muestra contundente del poder de la literatura y el Evangelio, el libro de Harriet fue la clave para abrir los ojos de los que se negaban rotundamente a ver a los negros como seres humanos.

En las siguientes líneas, el lector podrá encontrar extractos de la obra, plasmados en una gama de situaciones indiscutiblemente cautivadoras que lo mantendrán sin parpadear hasta el final.

La parte más importante y nuclear de toda la obra, es la escena donde la autora nos describe al detalle los últimos instantes de la vida de la pequeña Evangelista, protagonista principal de la obra, quien en su último sermón a sus amados esclavos, antes de elevar su alma al cielo, resume el concepto de conversión, y el camino que conduce a la salvación.

Escuchad lo que digo. Quiero hablaros de vuestras almas... Me temo que muchos de vosotros sois muy descuidados. Solo pensáis en este mundo. Quiero que recordéis que existe un mundo bello donde está Jesús. Voy allí y vosotros podéis ir allí también. Es tanto para vosotros como para mí. Debéis orar a Él, debéis leer... La niña se detuvo, los miró con tristeza y dijo pesarosa:

–¡Pero, ay, si no sabéis leer, pobres criaturas! –y hundió el rostro en la almohada y lloró, y su llanto era acompañado por los sollozos reprimidos de sus oyentes, que estaban arrodillados en el suelo.
–Quiero daros algo que os haga pensar en mí cuando lo miréis: os voy a dar un rizo de mi cabello. Cuando lo miréis, recordad que os quería y que me he ido al cielo y que quiero veros a todos allí.
Es imposible describir la escena que tuvo lugar mientras rodearon a la niña entre lágrimas y sollozos y cogieron de su mano lo que les parecía una última muestra de su amor.

En la literatura de Harriet Beecher Stowe, el tío Tom, sobre quien giraba esta historia, era una especie de patriarca de asuntos religiosos, dotado de un temperamento en el que predominaba la ética cristiana, y recibía un trato de mucho respeto como si fuera un pastor. El estilo sencillo, espontáneo y sincero de sus exhortaciones hubiera podido edificar a personas más instruidas que él, según la narrativa de la autora norteamericana. No había nada que pudiera superar la sencillez conmovedora y la sinceridad candorosa de sus oraciones, enriquecidas con el lenguaje de las Sagradas Escrituras, que parecía haber absorbido de tal manera que ya formaba parte de su ser y salía de sus labios de manera inconsciente.

Tom se caracterizaba por una expresión de sensatez seria y constante, junto con una gran cantidad de bondad y benevolencia. Tenía un aire de pundonor y dignidad en su porte, unido a una sencillez confiada y humilde como se muestra a continuación. Tom estaba sentado cerca, con la Biblia en las rodillas y la cabeza en la mano; ninguno de los dos hablaba. Era temprano aún y los niños dormían todos juntos en la rudimentaria carriola. Tom, plenamente dotado del corazón tierno y doméstico que ¡para su desgracia! es característico de su malhadada raza, se levantó y se aproximó silenciosamente a mirar a sus hijos.
–Es la última vez– dijo. La tía Chloe no respondió, solo planchaba y planchaba una y otra vez la burda camisa, ya tan lisa como las manos podían lograr; y, finalmente, dejando caer la plancha con un golpe de desesperación, se sentó en la mesa y «alzó la voz y lloró».
–Supongo que debemos resignarnos pero ¡ay, Señor!, ¿cómo vamos a conseguirlo? ¡Si por lo menos supiera adónde vas o qué van a hacer contigo! El ama dice que intentará recuperarte en un año o dos; ¡pero, Señor!, no vuelve ninguno de los que van allá abajo. ¡Los matan! He oído hablar de la manera en que los tratan en esas plantaciones.
–Estoy en manos del Señor –dijo Tom–; las cosas no pueden ir más lejos de lo que permite, y de eso puedo dar gracias. Soy yo el que ha sido vendido y se va al sur, y no tú o los niños. Estáis a salvo aquí. Lo que vaya a ocurrir me ocurrirá solo a mí, y el Señor me ayudará, lo sé.

Este libro también está colmado de una infinidad de escenas cargadas de una gran dosis de júbilo, como la que se presenta a continuación, y donde se refleja la inocencia del corazón de un infante, como el de la pequeña Evangelina, de rizos alborotados, cuando elevaba una oración al cielo o entonaba himnos evangélicos al lado de su inseparable amigo Tom. La escena nos relata un pasaje en el que Eva y su fiel servidor alaban a Dios.

–¿Dónde crees que estará el nuevo Jerusalén, tío Tom? Preguntó Eva.
–Pues, allí arriba en las nubes, señorita Eva.
–Entonces creo que lo veo –dijo Eva–. ¡Mira entre aquellas nubes! ¡Parecen grandes puertas de nácar; y se puede ver más allá, muy, muy lejos: todo es de oro! Tom, canta “gloriosos espíritus”. Y Tom cantó las siguientes palabras de un himno metodista bien conocido:
“Veo una banda de luminosos espíritus, que prueban las glorias allí; visten de blanco inmaculado, y portan palmas victoriosas”. De pronto, los ojos de Eva se tornaron soñolientos y canturreó con voz baja: Visten de blanco inmaculado, y portan palmas victoriosas…

En La Cabaña del Tío Tom, asimismo, se destaca por sobre todas las cosas la humildad de Eva que, a pesar de pertenecer a una de las familias más pudientes, poseía un alma que nunca se contaminó con el orgullo y la soberbia y por el contrario siempre tuvo un corazón dispuesto a amar y servir al prójimo, y por esa razón ella podía querer a sus esclavos de una manera que ni sus propios padres podían entender. En la obra de Harriet Beecher Stowe, además, se muestra a Eva con una madurez, tanto espiritual como emocional, muy desarrollada a pesar de su corta edad y del mismo modo y por intermedio de ella se otorga una lección de vida a través de su ejemplo.

–La gente puede quererte, aunque seas negra, Topsy.
–No; ella no puede soportarme ¡porque soy negra! ¡Preferiría que la tocase un sapo! ¡No hay nadie que pueda amar a los negros y los negros no podemos hacer nada! ¡A mí no me importa! –dijo Topsy.
–¡Ay, Topsy, pobrecita, yo te quiero! –dijo Eva con un súbito estallido de emoción, poniendo su delgada manita en el hombro de Topsy–; yo te quiero porque no has tenido padre, madre ni amigos, ¡porque has sido una niña pobre y maltratada! Yo te quiero y quiero que seas buena. Estoy muy enferma, Topsy, y no creo que vaya a vivir mucho tiempo; y me apena muchísimo que seas tan traviesa. Quisiera que intentaras ser buena por mí; me quedaré poco tiempo contigo.
Los agudos ojos negros de la niña negra se llenaron de lágrimas; grandes gotas brillantes fueron cayendo, una tras otra, para ir a parar sobre la pequeña mano blanca. ¡Sí, en ese momento, un rayo de verdadera fe, un rayo de amor divino había penetrado la oscuridad de su alma pagana! Bajó la cabeza entre las rodillas y lloró y sollozó, mientras la hermosa niña, agachada sobre ella, parecía el cuadro de un ángel reluciente que se inclinaba para salvar a un pecador.

En lo que se refiere a los secretos más recónditos que guardaba el alma de Evangelina, Beecher Stowe da cuenta en una de las pláticas de la niña con el tío Tom, que la pequeña guardaba un profundo dolor al ver de cerca el sufrimiento de los esclavos y un incontenible deseo de evitar a toda costa la angustia y la impotencia de aquellos infelices.

Tío Tom –dijo un día, mientras le leía a su amigo–, comprendo por qué Jesús quiso morir por nosotros.
–¿Por qué, señorita Eva?
–Porque yo también lo he sentido.
–¿Y qué es, señorita Eva? No comprendo.
–No lo sé decir; pero cuando vi a aquellas pobres criaturas en el barco, ya sabes, cuando tú y yo...; algunas habían perdido a sus madres y otras a sus maridos y algunas madres lloraban a sus hijos... y cuando me enteré de lo de la pobre Prue, ¿no fue terrible?, y muchísimas veces más, he sentido que me gustaría morir si mi muerte pudiera poner fin a todo ese sufrimiento. Moriría por ellos, Tom, si pudiera ––dijo la niña con seriedad, posando su pequeña mano sobre la de él.

Pero, sin duda, una de las escenas más dramáticas de esta conmovedora historia es el momento en el que Eva supo que ya se estaba acercando su hora de partir y en una de las últimas conversaciones que entabla con su querido tío Tom, la dulce Evangelina expresa la sensación de encontrarse más cerca a Dios, que nunca jamás.

–Tío Tom ––dijo Eva––, yo me voy allá.
–¿Adónde, señorita Eva?
La niña se levantó y señaló el cielo con su pequeña mano; el resplandor de la tarde iluminaba su cabello dorado y su mejilla encendida con una especie de brillo sobrenatural y sus ojos se dirigían con intensidad al cielo.
–¡Me voy allá ––dijo–– con los luminosos espíritus, Tom; me voy allá, pronto!
El viejo y leal corazón sintió un repentino vuelco; y Tom pensó en las veces que había notado, en los últimos seis meses, que las pequeñas manos de Eva habían adelgazado, y su piel se había vuelto más transparente y su aliento más entrecortado; y cómo, cuando jugaba en el jardín, como antaño hacía durante horas, se cansaba y languidecía enseguida.
–¡Aun así, querida Eva, te marchas! Pero no lo saben los que más te aman – exclamó Tom con tristeza.

Para finalizar este recuento, la autora nos plantea esta contundente pregunta: ¿habrá habido alguna vez una niña como Eva? La respuesta es sí, sí las ha habido; pero siempre se ve sus nombres en las lápidas y sus dulces sonrisas, sus celestiales ojos, sus singulares palabras y costumbres se hallan siempre entre los tesoros ocultos de los corazones anhelantes y cuando se ve esa profunda luz espiritual en los ojos, cuando el alma se expresa con palabras más dulces y sabias, como las palabras comunes de los niños, o como las de la pequeña Evangelina, se puede inferir que llevan impreso el sello del cielo y la luz de la inmortalidad se asoma por sus ojos.